Como parte de ese intento de capturar esa realidad tan descabellada de "Ibaguetto" (como la han de llamar los rudeboys), Los individuos del grupo de Ibagué es otro cuento tenemos un arsenal cargado de cuentos, historias y crónicas desde la mente retorcidilla de cada cual, para que todos sean testigos de que Ibagué, pueblo raro y un poco fastidioso, también puede ser encantador. Por algo nos forjamos cuenteros, por amor a esta ciudad. Claro, aquí en el blog trataremos de ser cuentistas, y digo trataremos porque con este experimento de blog no quisiéramos que se nos reventara un tubo de ensayo y todo se fuera para... Bueno, a contar se ha dicho.
Algo más antes de empezar: si alguien tiene conocimientos bien chéveres de blogs que nos pueda compartir, que nos diga, por correo o por comentarios, pues de esto no sabemos un carajo. Bueno, si sabemos, pero no alcanza. Así que las ayudas son bienvenidas. Ah, y los cuentos, también los recibimos; les damos aposento, les damos un baño, comida y buen trato.
Ahora sí, empecemos. El que escribió esta entrada, uno de los miembros del grupo de cuentería y narración oral Ibagué es otro cuento (caray, cómo se ve de largo), les presenta un cuentico; me hacen el favor de leerlo bien juiciositos, y ya. Es todo. No lo molesto más. Luego les presentaré a los demás del parche, y todos contentos. Ah, se me olvidaba, la imagen de arriba es una casita de Ibagué en 1925. Linda, ¿No?
Amarillo
El color amarillo comenzó a ver, de repente, lo monótono de ser siempre amarillo, pues aunque lo combinaran con otros colores y por esta razón adquiriera otros matices, continuaba siendo, de todas formas, un aburrido color amarillo, que ya no le impresionaba, ni en lo más mínimo. Decidió que ya era hora de hacer un cambio en su vida, de dejar atrás el pasado, de olvidar todo lo que fue, y convertirse en definitiva, y para siempre, en otro color que no tuviera ningún parecido con lo que representaba. Trató de negociar con los demás colores, trató de tinturarse artificialmente, pero todo fue en vano, porque los demás colores se negaban a entregar su esencia por los caprichos de un tonto color, y las tinturas sólo lograban darle los tan desagradables matices que simpre despreció. Vagó por el mundo, cansado de ser parte del espectro del sol, de estar en los pétalos de la flor de la retama, de estrujarse entre las pepitas de la mazorca, de verse junto con manchas negras en el plátano maduro, de verse confundido con el dorado del oro, de confundirse con el delicioso jugo de maracuyá, de ser un color más, entre los siete que conforman el arcoiris. Quiso acabar con su existencia; pensó que aquella era la única forma de abandonar lo que era, y lo que ya no quería seguir siendo. Pero cuando agarró la navaja y se cortó las venas, supo que nunca podría escapar de su destino, como sí lo estaba haciendo de él su sangre, tan amarilla como su dueño, que corrió libremente por todo su ser, como orgullosa de sí.
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