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Tarala, de Gustavo Pérez


Tarala

Se abre el telón y entra la luz, ya cansada de golpear las mantas, que al fin sucumben ante la incesante lucha de sus rayos, dejándola atacar las sombras con su reinado ya establecido de eternidades, tan solo perturbado por las breves aperturas con la que han de salir esparcidas hacia el fondo del infierno, infierno definido como el castillo interior, cuya fachada es un bello edén. Con la entrada de la luz se van despejando las turbias nubes negras de gases repugnantes que huyen ante el ataque luminoso; en su escape dejan entrever las paredes pegajosas y mohosas que de cierta forma rememoran rostros humanos que reflejan un sin número de expresiones patéticas de dolor hasta llegar al piso, surcado por marcas incesantes de dolor, demarcado en desniveles, altibajos que descienden hacia un lago fétido, espeso, burbujeante y deplorable con su constante de fuego y frío, pero en extremos donde no hay línea divisora, ni curvas, ni enlace entre escenas de lluvia con sol, lluvia ácida o sol de hielo. Y la luz... Ahí esta va llegando, alumbrando, dirigiéndose hacia un solo punto al fondo de ese infierno, infierno del cual emerge el amorfo demonio, asomando primero lo que aparenta ser su rostro alargado y terminado en punta, de color grisáceo, dientes salidos igualmente puntudos y curvos, su nariz fraccionada en dos partes rememoran en sí un accidente en alguna etapa de su vida, alguna lata, algún golpe, rastros de sangre y heces brotan de su boca.El olor fétido deja estela al aparecer su cuerpo peludo, redondo, sin estructura ósea rígida, es alargado y con patas fraccionadas terminadas en garras, que al apoyarse van marcando surcos, a su salida del lago este ha dejado de burbujear, las sombras han huido, y tan solo hay rastro de un mundo roído por la inimaginable potencia destructora del demonio, su cola alargada sin pelo alguno de la misma longitud que el cuerpo se hace visible, emerge del lago como un gigante látigo que se bate de lado a lado. Busca escalar las paredes por entre los rostros que dolorosos le miran, busca apoyarse en ellos, trata de subirse a ellos pero ahora son ellos quienes ríen de ella, de su asquerosa y pútrida imagen que hoy antiestética busca recordar su prominente pasado, distinguida entre quienes le rodeaban y que ahora por azares de la vida merodea las cloacas, pagando un karma del cual ahora trata de despojarse. Y la luz.. Ahí está, acompañándola en su escalada, mirándola, juzgándola, y se detiene... es como si observara entre las figuras humanas cual será el próximo liberado. Y así, llegó a la superficie, totalmente erguido, como si tratase tan solo de igualarse a los humanos para así integrarse en una cultura llena de mascaras hechas de hipocresías y papeles baratos, creadores de karmas tales como los que le condenaron en su primera vida, cuando su miserableza de espíritu le llevó a tomar armas vacuas como compañeras fieles, que usaba para convivir con su inmunda realidad, soportar el patético destino que le esperaba y que al final le llevo al infierno.Y la luz... De la cual no se percataba, le jugó una treta cruel, iluminó su rostro su ser, lo despojó de su traje y los hombros expertos en juzgar y señalar le hallaron, trató de huir pero era imposible, uno de ellos le siguió, un defensor de lo estético, de lo vano, lo fatuo y de lo superfluo. Se dedicó en alma y cuerpo a destruir a Tarala, pues no era compatible con su idea hermosa del mundo, superficial, falso; ahora estaban frente a frente, observándose, midiendo cada movimiento, cada instancia de su enemigo, él ataca, ella responde, no hay daños aún, un golpe, un ruido viene, objetos caen, la lucha es ardua y agotadora. Pasan eternidades en la lucha, las fuerzas menguan pero Tarala ya esta débil, la sangre derramada es mucha, su fuerza ha mitigado, sus reflejos fallan y choca torpemente su cola contra los tarros de la basura y heces de la cloaca, su verdugo se muestra impávido, no hay sentimiento de culpa alguna, un golpe certero despedaza el cráneo de Tarala, ya no hay conocimiento, cientos de seres minúsculos, babosos y con miles de extremidades brotan emitiendo chillidos de la putrefacta cabeza de Tarala, ahora cae, no hay sentidos, sus ojos se nublan y tarde el verdugo se percata que Tarala no es mas que fétido reflejo de lo que tiene dentro, se siente vacío al morir su imagen, y caen los dos cuerpos sin vida.Y la luz... Intermitente, observa cómo desde las cloacas las imágenes de los hombres esperan pacientemente cuándo los seres humanos acabarán con su especie.

Gustavo Adolfo Pérez

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